Primer certamen de jóvenes críticos en el Festival Internacional de Buenos Aires

miércoles, 7 de octubre de 2009

Stravinsky libre


Stravinsky libre

En la primera década del Siglo XX, el compositor ruso Ígor Stravinsky se consagró con El pájaro de fuego y Petrushka, dos composiciones para el ballet del empresario Sergei Diágilev. La primera trata las aventuras de un joven príncipe en un jardín encantado. La segunda cuenta la historia de Petrushka, la marioneta que, junto con su compañero y rival El Moro, cobran vida y se enamoran de una bailarina. Ella prefiere al Moro, se pelean por ella y finalmente El Moro asesina a Petrushka.
Ambas obras fueron pensadas para grandes producciones de ballet y orquesta, sin embargo, durante la Primera Guerra Mundial, debido a la falta de presupuesto y de ánimos festivos, el compositor exiliado en Suiza armó Historia del Soldado para ser trabajada solamente con siete músicos, dos actores y una bailarina.
La primera pieza de Velada con Stravinsky, de la compañía de danza Tero Saarinen, parece tomar algo de este concepto: una versión del ballet Petrushka, interpretada solamente por tres bailarines y musicalizada por dos acordeonistas. Los bailarines se desplazan dentro de una estructura cuadrada hecha con luces y situada sobre el piso. A un costado se sientan los dos acordeonistas vestidos de negro caracterizados como si fueran los titiriteros. Detrás de la estructura de luces, se levanta una pared blanca que sirve para dar efectos de luces y sombras. Una imagen destacable de esta pieza transcurre durante una pelea cuerpo a cuerpo entre Petrushka y El Moro: sus siluetas se proyectan contra la pared. En otro momento de esta pelea, la bailarina se apoya contra la pared y su silueta queda marcada en contraste con el reflector azul mientras los bailarines van a su encuentro.
Si bien la historia que se cuenta tiene un argumento bastante conocido y por eso previsible, lo que llama la atención es el trabajo expresivo de los intérpretes. Más allá de la técnica de danza, que es impecable, expresan lo que les pasa con una nitidez que puede apreciarse desde las últimas filas. Los bailarines juegan con los acordeonistas y disfrutan de su trabajo. Esto contagia al público, que se olvida de la historia en sí y entra en la piel de estos inocentes personajes.

Leila Gorojovsky

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