"OJOS AL MUNDO."

Primer certamen de jóvenes críticos en el Festival Internacional de Buenos Aires

sábado, 17 de octubre de 2009

CRITEA: Entrevista a Miguel Passarini y Roberto Schneider


Por Lara De Luca y Julieta Emiliozzi y equipo del Laboratorio de producción y reflexión periodística del FIBA.

En la tarde del miércoles 7 de octubre, participamos de una hermosa charla con Roberto Schneider y Miguel Passarini -integrantes y fundadores de CRITEA- que hizo que el ambiente se llenara de ideas y colores. Una charla de la que por sobre todo se pudo obtener un enorme enriquecimiento.
En un principio el retraimiento se hizo presente en el Laboratorio de reflexión y producción periodística, hasta que una sola palabra salió de la boca de Schneider y surgió la fluidez. Saciaron nuestras ganas de aprender, contándonos sus historias y demostrando el amor que tienen por su profesión.


CRITEA es el Círculo de Críticos de las Artes Escénicas de la Republica Argentina. “Nació con la idea de ofrecer un lugar de pertenencia, contención, encuentro y diálogo a todos los periodistas por fuera del medio al que pertenecían.” dijo Passarini.
Esta entidad cuenta con una pequeña página web (www.critea.com.ar) que sueña con transformarse en un portal, donde puedan escribir todos los críticos del país.
“CRITEA es generadora de espacios y puentes para aquellos periodistas que desean que la gente lea lo que ellos tienen para contar. Siempre insistí en que los periodistas teatrales y los críticos teníamos que tener una referencia por fuera del medio que nos representa. Siempre me decía, cuando echaban a algún colega, que teníamos que tener una entidad, algo que nos avalara y que nos contuviera”, cuenta Passarini. Esta agrupación de “locos” como se auto rotulan -cuyo presidente es Roberto Schneider de Santa Fe, y su vicepresidente es Fausto Alfonso de Mendoza- y gracias a la pasión que tienen por su carrera, lograron establecer una Ley en Mendoza que prohíbe que se cierren teatros. Esto surgió porque el año pasado en esa provincia se cerraron quince salas independientes. Hicieron una movilización muy grande para conseguir su objetivo. A la fuerza de perseverancia pudieron reabrir tres salas. Lo que anhelan es que el triunfo en Mendoza se transfiera a otras situaciones en otras partes el país.

¿Cómo definen el concepto de crítico de teatro?
Roberto Schneider: No hay definiciones para el crítico, pero te puedo decir que ser crítico de teatro es maravilloso, porque somos representantes de locos que intentan hacer cultura. Se tiene que entender que no somos los que sabemos todo y que no cerramos el círculo de la creación. El que cierra ese círculo es definitivamente el público, que es el que va a decir si le gustó o no un espectáculo. La nuestra es una palabra experimentada que carga una mochila que tiene que ver con nuestra vida, nuestra formación y otras cosas más.

Miguel Passarini: La realidad es que uno es un espectador sensible, y esa es la responsabilidad que tenemos. Es un trabajo que completa la tarea de un creador.

¿Cómo es la formación para ser crítico?
Passarini: Es bastante interdisciplinaria, porque, como dice Roberto, uno lleva una mochila que está formada por lo que leés, por el cine y la televisión que viste... Es la manera en que te vinculás con el contexto con el que trabajás, los talleres y cursos que se hacen, etc. Estoy de acuerdo en que uno tiene que tener una base, pero no creo que exista “la base”. Para mí el aprendizaje mayor es cuando te quedás discutiendo por muchísimo tiempo sobre determinada obra. El intercambio de opiniones es fundamental.

¿Cómo es ser crítico del interior?
Roberto: El rol de crítico en el interior es distinto al de Buenos Aires porque tiene la oportunidad de seguir procesos de determinados artistas. Y tenemos algo que los periodistas porteños no tienen que es un espacio ganado por sobre todo con nuestro propio trabajo. Además, como estamos apasionados con el hecho teatral, insistimos hasta conseguir espacio en los medios.

¿Qué es una crítica?

Roberto: Siempre me pregunto lo siguiente: ¿Por qué no pensar en la crítica como un modo poético propio en el que uno pueda desplegar todo lo que uno conoce para encontrar un tipo de placer sensible e intelectual?

Miguel: La crítica tiene que tener un valor literario independientemente de que el tipo que la lea vaya o no a ver el espectáculo.

Desde su experiencia, ¿cuáles son las herramientas que nos recomiendan a la hora de escribir una crítica?

Miguel: Trato de no usar adjetivos calificativos que son ¡horribles! Me parece que hay que hablar de la percepción, de cómo uno se conecta con esa poética y cuáles son las sensaciones que te genera una obra. Cuando se trata de fenómenos vivos uno no puede ser lo suficientemente profesional, porque el que está en el escenario está vivo, y uno también está vivo. Hay que tener mucho cuidado cuando uno escribe de no herir a la gente. Hay que tener especial cuidado también con el uso de las palabras.

Roberto: Hace un rato hablé de la mochila, y creo que nunca hay que dejarla afuera. Siempre tiene que entrar con vos cuando vas a ver una obra.

¿Qué importancia tiene un festival para un periodista?
Miguel: La importancia de los festivales es que son principalmente espacios de formación. No importa si es la vanguardia del mundo, tampoco importa tanto la programación, lo que importa son los cruces que se generan en los festivales que no se dan en otros ámbitos. Es un espacio donde te encontrás con tus colegas e intercambiás opinión de determinados espectáculos.

Entrevista a la actriz Assumpta Serna y al actor Scott Cleverdon, Creadores de la Fundación First team, con su sede central en Madrid


Por Ana Ailén Federico, Romina Rearte, Romina Almirón y equipo del Laboratorio de Reflexión y producción de periodismo crítico.

Tarea de la Fundación

¿Cuál es el objetivo de la Fundación First Team?
Assumpta Serna: Hace diez años creamos junto a Scott Cleverdon una Fundación cuyo objetivo es formar a los actores-intérpretes del cine. Nuestro trabajo consiste en incorporar a los actores dentro del proceso creativo de una película, ya que creemos que hay elecciones que se producen en el lugar del rodaje. Los actores vienen de un medio teatral y de una formación en este sentido, y sin herramientas como para aportar creativamente a lo audiovisual. Por este motivo proponemos una formación conjunta, de trabajo en equipo entre actores y directores.

¿Cómo se desarrolla su actividad en la República Argentina?
A.S: En nuestra Fundación queremos difundir una especialidad y arraigarla en varios países, pues nosotros estamos en la Argentina, Bolivia, Colombia, España, Portugal, funcionando desde hace 10 años, y en España hemos conseguido una especialidad reconocida por una universidad, que es la del rey Juan Carlos. Este es el tercer año que viajamos a Argentina para dictar seminarios. Tenemos una serie de colaboradores como el INCAA y gente de la Comisión Nacional de Desarrollo. Con estos seminarios buscamos que la especialidad se arraigue en las diferentes provincias que visitamos. De hecho, en Córdoba estamos iniciando un convenio con la Universidad para abrir un curso de postgrado para aquellos alumnos que han realizado la carrera de formación teatral y así puedan especializarse en la formación actoral audiovisual. Estamos iniciando el proceso de financiamiento para realizar un curso de postgrado con la U.B.A, dirigido a los egresados de las carreras de actuación de la ciudad.

¿Cuáles son las diferencias de actuación en cine o teatro?
Scott Cleverdon: Las diferencias son técnicas porque con la cámara el escenario siempre se está moviendo, no siempre es igual.


Permitirle al actor formar parte del proceso creativo en cine ¿no obedece a una forma que viene del teatro?
A.S: El teatro tiene dos mil años, es una de las profesiones más antiguas. Es verdad que ha habido una sofisticación de métodos, de estilos, la cultura ha dado maneras de organizarse y de comunicar a través del teatro que están mucho más estudiadas, profundizadas y ampliadas que una nueva técnica que ha empezado hace no más de cien años. Entonces, es lógico que el teatro, de alguna manera, esté contagiando de cosas al mundo del cine. Y es lógico también, que una técnica tan especializada como es lo audiovisual, en cuanto a cámaras, en cuanto a fotografía, en cuanto a toda una serie de técnicas haya tenido que sufrir una evolución durante los años. El cine siempre tuvo la preocupación técnica. Es lógico que los actores ahora reclamen, luego de esta democratización por decirlo de alguna manera de lo audiovisual, una técnica mayor dentro de lo que es la actuación en cine.


S.C: En teatro podemos trabajar con casi sin nada, sólo necesitamos un espectador y un espacio. La diferencia con el cine, la televisión o cualquier otro medio audiovisual es que no podemos hacerlo solos. Siempre necesitamos a otra persona. Si no es el actor, la cámara y una habitación. Entonces necesitamos la experiencia de trabajar dentro de este equipo como actores para terminar de entender nuestro contexto dentro de este otro contexto. Existen otras preocupaciones con la cámara que son distintas a las del teatro. No quiere decir que uno sea mejor o peor que el otro sino que son distintas. Las raíces y el origen de cómo funciona la interpretación es igual en los dos casos. La diferencia más que nada para el actor es el tamaño de la ventana, en el sentido de que el teatro es grande y la cámara es pequeña.

AS: Todas esas técnicas que habíamos estudiado como la voz, la expresión corporal en un tipo de contexto específico donde se busca una interpretación natural es lógico que tengan que adaptarse a una técnica cinematográfica y a una manera de contar que no sea la joya del virtuosismo. El virtuosismo actoral tal como lo entendemos en teatro, o como lo entendemos en otras artes, si no está adaptado a un medio audiovisual, es reproducir la realidad para que aquello que el espectador está viendo, que le resulte creíble. Es creíble cuando hay una técnica.


S.C: Institucionalmente esto somos, pero no somos sólo una fundación. Además está quiénes somos cada uno. Yo soy Scott Cleverdon. Soy de Escocia, de Hamburgo, soy un actor, guionista y también un profesor de teatro entre otras cosas. Y ella es Assumpta Serna, actriz española, que ha trabajado en más de cien películas y ha ganado más de treinta premios en todo el mundo. Y es mi mujer, desde hace quince años, y desde hace diez años trabajamos juntos en esto. Y realmente nuestro objetivo no es hablar desde el punto de vista de la teoría, sino desde nuestra experiencia en rodaje de televisión o cine en todas partes del mundo, hablar de algo que no hemos leído sino que aplicamos en el trabajo.

Los seminarios

Sabemos que desde la fundación se especializan en actuación en cine ¿qué ofrecen de diferente en cuanto a lo actoral?
S.C: La diferencia es cien por ciento práctica. Generalmente en teatro tenemos que confiar en el profesor o en el director o en tu compañero para saber si lo que hacemos está bien o no. Con nosotros el actor siempre está grabado y puede ver su trabajo después. El mismo actor tiene que mejorar su criterio y el punto de vista de su propia interpretación. Al final del rodaje tenemos que entender qué funciona para nosotros, y esto es una cosa muy importante no sólo en la interpretación especifica. Nunca hay que decir si algo es bueno o malo. La pregunta es, ¿funciona o no funciona? El actor con nosotros tiene la oportunidad de fallar, de experimentar, y de entender que menos no es más. Sólo tenemos que elegir la cosa que funciona mejor en cada escena o en cada película.

A.S: Un pequeño problema de formación es la duración de los programas. Cuando nosotros realizamos los seminarios, son 60 horas con muchísima dedicación, y de muchísima concentración y atención. Ahí hay una serie de objetivos, que son que el actor, para que pierda el miedo delante de la cámara, y que el director aprenda a comunicarse mejor con su actor. Cuando incorporamos al actor pensamos en un programa anual. Nuestra propuesta es que vea cine, que sepa analizarlo, y sepa comunicar mejor. Que entienda cuál es la mejor relación que puede establecer con los otros miembros del equipo, y que entienda qué es la escritura de un guión. Necesita también saber de comunicación, porque se le pide hablar delante de un público. En un año, le enseñamos a manejar mejor su carrera y a gestionarla, porque también el actor tiene que entender que en su carrera puede lograr sus objetivos, que no hay que estar esperando al teléfono, que se puede realmente unirse a un equipo de trabajo.

S.C: También hay que tener en cuenta que el mejor efecto especial que tiene el cine a diferencia del teatro, es el primer plano del actor. Básicamente lo que hacemos es estudiar, mediante ese año, estos pequeños mecanismos de acción que es lo que nos hace actuar y aplicarlo a un texto determinado, que ese texto evidentemente por el contexto que tenemos ahora de naturalismo, entre comillas, se pretende que sea lo más natural posible. Por eso, nuestras herramientas son la observación, la constante investigación del ser humano.

Entrevista Alejandro Cruz, crítico de teatro del diario La Nación. Primera parte


Por equipo del Laboratorio de producción y reflexión periodística

¿Cómo fue tu formación como crítico?
No tengo formación como crítico, ni creo que la mayoría de los que ejercemos la crítica la tengan. Estudié periodismo en la Universidad del Salvador porque en aquél momento no había universidades públicas donde estudiar esta carrera. Estoy hablando de la década del ´80, en plena dictadura. No terminé esta carrera tampoco porque me enojé, me faltaba menos de un año y me fui. Estudié también magisterio en el profesorado. Soy maestro y ejercí la docencia al tiempo que trabajaba como periodista en algunos programas bien bizarros junto a Cacho Fontana. Tuve experiencias raras, y entre vueltas y vueltas, trabajé también en la oficina de prensa del Teatro San Martín y la verdad que todo eso fue interesante como formación. Ver y ver teatro también te forma. Después empecé a laburar en La Maga, una revista cultural, también en el Canal América y en Canal a. Tuve una formación más de periodista y lo teatral se fue dando sin que yo lo haya buscado.

¿Cómo es cubrir este Festival y cómo se elige qué ver cuando hay tanta oferta?
Es un poco caótico. Tengo la suerte de trabajar en una redacción donde somos unos cuántos y eso posibilita abrir el juego para que varios estemos cubriendo este festival. Después, es meterse en el caos como ocurre con cualquier evento de este estilo. Voy una hora a la redacción, y veo “el blanco”, y de repente te entra una crítica chiquita. Ahí sucede que lo que habías previsto se va a la mierda porque no tenés suficiente espacio para escribir. Blanco es el espacio que te queda de la hoja, sacando la publicidad. Esto es así para todas las áreas del diario. Cuando te dan el blanco es el momento en que sabés si vas a poder escribir varias notas o una chiquita, si te vas a poder extender o no.

¿En este festival en relación a ediciones anteriores te dieron más blanco o menos para escribir?
En otras ediciones del FIBA había más blancos, había una necesidad editorial más grande de cobertura, sea porque el festival llamaba más la atención, sea por una cantidad de motivos que a uno se le escapan. Lo que sí, este año estamos cumpliendo la base: se cubren todos los espectáculos internacionales y los espectáculos del interior también tienen crítica. Antes se podía hacer una crítica tradicional más extensa, ahora estamos escribiendo 1200 caracteres, lo que representa para nosotros una “no crítica”, sino un balbuceo inconcluso. En el FIBA de hace dos años, podías escribir críticas “normalitas”, de 2000 a 4000 caracteres, dependiendo del blanco. Tener que poner un excelente en una crítica de 1200 caracteres es un dolor muy grande. Estamos teniendo menos cobertura a medida que pasan los años y esto es algo que ocurre en todos los diarios. Pero cumplimos esa base de que todos los espectáculos internacionales tienen que tener crítica para que la gente sepa que hay entradas y para que alguien tenga la posibilidad de ir. Y lo mismo con los espectáculos del interior. Los de Buenos Aires, en cambio, ya han sido criticados a lo largo del año. También se realizan algunas notas previas de los espectáculos.

¿Cómo te manejas al momento de criticar?
Manejar no lo manejo, porque hay una cantidad de información que realmente te excede. De hecho pasa que publicás algo y un lector escribe punteándote y vos decís: “claro, tenía razón”. Se te pueden pasar infinidad de cosas que la verdad no manejás. Lo que sí intento es tener en cuenta determinados patrones como: voy a ver un espectáculo de San Miguel de Tucumán, y tal vez no me gustó pero tengo en cuenta de dónde vienen, las condiciones de producción, cual es la idea del teatro de Tucumán hoy, etc.

Entrevista Guillermo Calderón: segunda parte


Por Nicolás Baruj Conde, Romina Almirón, Franco Candiloro y equipo.

¿Cómo es la relación del teatro chileno con el argentino?
Chile tiene una relación especial con Argentina, en particular con Buenos aires, un poco de admiración, hasta de envidia, sobre todo en términos teatrales. Es que esta ciudad está al día con lo que pasa y los chilenos nos sentimos un poco marginados. A veces nos preguntamos ¿por qué no nos invitan? Creo que tiene que ver más con nuestra geografía o con nuestra historia: Buenos Aires mira a Europa, entonces le cuesta girarse a mirar a América Latina. Lo que nos dijeron fue que la última obra chilena que había venido era del grupo La tropa hace catorce años, entonces mucho tiempo… por eso, que pase esto es muy interesante, crea una nueva relación cultural y con potencial.

¿Vas a ver alguna obra o participar en alguna actividad dentro del FIBA?
Ya dicté un taller de dramaturgia y dirección, quiero ver obras, pero como no puedo ver todas estoy como un poco angustiado. Pero quiero ver Agosto, y quiero ver La pesca, y también Piaf, que es una cosa totalmente distinta.

Nosotros hasta ahora sólo vimos Neva, no vimos las otras, pero sabemos que es una tribología, porque tienen alguna relación entre ellas, ¿cuál es el punto de partida?
Siempre las vi una tras otra, sin tener idea que era una tribología, hasta que un crítico, dijo ‘Estas obras son parecidas’ ¿por qué? Porque todos tratan problemas más o menos domésticos en un contexto de violencia política… y sí, tiene razón. Está muy bien cuando la crítica descubre algo que los creadores no sabían. Pero viéndolo son así, tiene razón completamente, las tres obras son así.

¿Qué relación tenés vos con la crítica?
Como me han criticado bien (risas) tengo buena relación, pero lo que pasa es que hay crítica y crítica. Como ustedes saben, hay críticos que sufren porque les dan un espacio muy pequeño en el diario y lo que ellos quieren principalmente es una orientación al espectador, entonces, básicamente a ese público le va a gustar la obra que recomiende ese crítico. Hay críticos que piensan que existen obras para niños o para jóvenes y usan un esquema muy antiguo: describen en los primeros párrafos la obra, después hablan de una buena o mala actuación, dicen que la escenografía era buena por esto o por aquello, y finalmente opina que la obra es buena o es mala. Ese esquema en realidad no sirve. La crítica que interesa es aquella que reflexiona y que, como decía antes, dice cosas que no sabía. Es muy excepcional cuando pasa eso. En conclusión, mi relación con la crítica es algo decepcionante porque no siempre aparecen esas reflexiones. Las críticas académicas, en cambio, que son las que salen en las revistas de las universidades, tienen ya cinco páginas para explorar, y es la que más me interesa leer.

Hay un fuerte trabajo de actuación en la obra, ¿como trabajaron la actuación?
La verdad, buena pregunta, porque cuando la gente vio la obra, nos dijeron que era un muy buen ejemplo de actuación realista de calidad, en el sentido más stravinskiano de la palabra, lo cual es interesante, porque nosotros no trabajamos así. Nosotros sentimos que el psicologismo no nos ayuda a llegar a donde nosotros queremos llegar y no necesariamente es la técnica más interesante para actuar, porque hay algo que está desprestigiado hace mucho tiempo sobre todo cuando se hace mal. Esto de que uno tenga que buscar eternamente en los problemas personales para llegar a emociones o construir el pasado, es una cosa muy psicoanalítica. Eso de que ‘la respuesta del personaje esté en el pasado’, o ‘si soy así es porque el pasado me determina’, es complejo ya desde el punto de vista estrictamente psicológico. Uno es mucho más que su pasado, porque somos pura irracionalidad. Somos también racionalidad, modelo, cultura, y mucho más que eso, por eso nosotros siempre nos hemos sentido muy amigos del sistema Stravinsky, trabajamos desde lo físico, desde lo rítmico, desde las ideas. Por ejemplo, cuando un actor o una actriz no está actuando bien, no vamos a la psicología, si no que pensamos en ‘acá hay una idea política que hay que expresar ¿como la expresamos mejor?’ Pensamos en ir más rápido o más lento, o en buscar esta emoción, pero no hay una búsqueda en relación a la verdad del personaje.
Lo que pasa es que 1905 coincide con la época en que Stanislavsky está sistematizando esta idea que tenía sobre la actuación. Obviamente Olga Knipper, que trabajaba en el teatro de Moscú, estaba expuesta a esto: es algo que todos los actores de esa época deben haber tenido como parte de su cultura actoral. En Neva quisimos retratar ese ambiente intelectual y también para criticarlo, porque una obra que en términos de actuación se plantea como melodramática, bien puedo hacer una crítica a lo melodramático. Porque ellos lloran y sufren por el amor y por la muerte, pero al final aparece la pregunta acerca de si tiene sentido llorar por el amor y por la muerte en este contexto político. La idea es que ese principio sobre la actuación y sobre la estética melodramática se ponga en crisis.


¿Cuál creés que es la relación de estos personajes encerrados con las realidades de Argentina y Chile durante las dictaduras militares?
Durante la dictadura el teatro fue como una gran metáfora porque el teatro no murió, se siguió hacienda con mucha dificultad, con apagones culturales fuertes. En esa época, en el caso de Chile, una gran exploración del mundo marginal, un intento de retratar a los pobres en su estado más crudo, como casi una estética naturalista.

En una parte los personajes de Neva dejan de hablar de estos pobres y evitan la charla.
Esta fue la estética teatral durante la dictadura. Después, cuando llegó la democracia, el esquema político paso a un segundo plano, pero la crítica resurgió de esta forma: este grupo esta haciendo una obra como El jardín de los cerezos de Chejov, que es muy doméstica y no se hace cargo de los problemas políticas. Es raro, porque ellos están haciendo esa obra y la guerra entra por las ventanas. Es un poco lo que nos pasa a nosotros. Si dibujara una línea histórica (y esta teoría la estoy inventando mientras voy hablando –risas-) hay una evolución desde el teatro que se hacía desde la marginalidad durante la dictadura a un teatro muy visual, después de los años 90, cuando llega la democracia. Es entonces cuando aparece un teatro muy denso, muy visual, muy espectacular. Después pasa esa euforia del espectáculo visual, y nuevos potenciales de conflictos bélicos empiezan a aparecer con más vigencia, con más fuerza, entonces el teatro empieza a necesitar repensarse.

Con respecto a los actores, volviendo a como trabajás vos, vimos un compromiso con lo que están diciendo. ¿Son conscientes y asumen lo que están diciendo o simplemente son una herramienta?
Buena pregunta. Yo he enseñado en la Universidad muchas veces y es muy importante para la actuación tener una postura política porque eso define tu forma de actuar, tu discurso al actuar. Eso viene de Brecht, salvo porque no está puesto en un mundo realista sino más en el mundo de lo cotidiano. Cuando uno actúa está teniendo una visión política. Es muy simple: si uno hace de mujer en el contexto de un matrimonio, depende cómo uno lo actué puede ser un discurso de sometimiento o no con respecto a esta relación de pareja. Eso antes no era relevante. Antes lo relevante era el drama de la historia, o que los personajes fueran verosímiles, pero con el tiempo y en la medida en que el teatro ha decantado en la política y pasó a ser casi como un tema único, toda la actuación es política, y tiene una relevancia, y por lo tanto hay que hacerse claro de eso. La actuación se construye desde las ideas. A mí me cuesta imponer mis ideas políticas en las obras porque trato que sean comunitarias, entonces el proceso de ensayo es un proceso de discusión de ideas, principalmente. Y si hay un actor o una actriz dice ‘no puedo hacerlo, porque estas no son mis ideas’, mi intención sería integrar esto a la obra, para problematizarlo, para que haya una dialéctica interna en la obra, antes que decirle ‘por favor, andate a otra obra porque no comulgas con mis ideas políticas’. En Neva, la idea es que haya una dialéctica, que no haya un escrito abajo del escenario que diga ‘esta obra significa esto’ porque eso es tremendamente estéril. Es mucho más interesante que la obra sea una provocación clara donde el espectador se vea como en conflicto emocional e intelectual y que esté obligado a pensar. Cuando se hacen obras demasiado lineales en términos políticos la experiencia no es tan interesante, es fría y luego de los primeros diez minutos entiende para donde va.

¿Cuál es el rol del espectador en la obra?
Es incómodo porque tiene que luchar y participar. Sigue siendo placer. Comedia también es placer, pero de otro tipo. Ahora la idea es hacer que el espectador sufra por lo menos la decisión de si lo que ve es comedia o tragedia. La intención es que haya una crisis entre racionalidad e irracionalidad. En una obra tan política la primer intención es comprenderla profundamente desde la racionalidad porque esa es la principal herramienta que tiene cada uno. Pero también está el elemento emocional. A mí no me gustaría que mi obra fuera una experiencia racional completamente, que fuera fría. Por eso, hacia al final, el discurso final de la actriz se hace muy rápido, como una cascada de ideas. La política también es emoción porque uno no sólo es partidario de tal tendencia política por sus ideas racionales pero también por un compromiso familiar, emocional, de amistad, de historia, de relación con sus íconos. El discurso final es tan rápido que uno debería ser capaz de ceder la racionalidad y entregarse a una cosa más emocional.

No dejar espacio a pensar…
Exacto, porque como van una imagen tras otra, uno empieza a ir con ellas, entendiendo y reteniéndolas, pero después de diez minutos, te vas entregando completamente a la función. La idea es que esa cosa estrictamente estética, explique uno de los elementos políticos de la obra que tiene que ver con esta relación entre emoción y política.

¿Cómo llegaste a la decisión de esa mínima escenografía?
Tiene varias fuentes. Una es del escenario de gran despliegue, del otro lado, la resistencia al escenario realista. Nosotros queríamos enfatizar la idea de que esto fuera teatro, porque tenemos una herencia cristiana y no queríamos que fuera una experiencia totalmente emocional sino también teatral. Por otro lado, ensayamos en un lugar muy frío y teníamos esta estufa que usábamos siempre. Eso que a mí me gustaba mucho, porque daba tonos rojos, naranjos, y proyectaba unas sombras muy bonitas. Nosotros siempre quisimos usarla y no nos atrevíamos, estábamos un poco cobardes, pero vino el iluminador y probó muchas formas. Fue accidental, y una vez que estuvo ahí nos dimos cuenta que era ideal para enfatizar esta cosa teatral ‘cristiana’, en sentido de que es temporáneo: un artefacto eléctrico de ese tipo jamás podría estar en esa época, y nos servía para el efecto final, cuando se gira: esa paradoja de poner a los espectadores en la situación en la que estaban los actores. Ya les habíamos dado duro a ellos diciendo que habían venido a entretenerse mientras el mundo se caía.

¿Por qué te interesó en trabajar en el teatro dentro del teatro?
Más que interés, es casi inevitable, porque el teatro de hoy es autorreferencial. Me cuesta mucho hacer una obra completamente ingenua, aunque entiendo que el espectador va a asumir una ficción completamente envuelto en eso. Pero para mí es algo inevitable.

¿Llorar o reír en Diciembre?


Por Ana Ailén Federico


Ayer se estrenó la tercer obra que representa al teatro chileno en el FIBA, Diciembre. Nuevamente el director, Guillermo Calderón, juega con las emociones y la tensión de público.

Chile, 24 de diciembre del 2014. Se observa a tres hermanos que comparten la cena de Navidad. Sus conversaciones, o mejor dicho discusiones, se basan en los puntos de vista personales de los personajes en relación a la guerra que lleva a cabo Chile contra Perú y Bolivia. Esa misma noche Jorge, el hermano menor, deberá regresar a la guerra; una de las mellizas, Trinidad, quiere convencerlo para escaparse. Para ella, la guerra es una masacre innecesaria. Le conmueven las muertes de los soldados, entiende que detrás de cada de cada muerte hay familias enteras que se desarman, los ve a todos por igual, y entiende los puntos de vista. Mientras que Paula, la otra melliza, orgullosa de que su hermano esté en la guerra representando a su país, anhela ganar, y que Chile ocupe el territorio de los vencidos. No se interesa por las pérdidas del ejército enemigo, y confía en que su hermano saldrá sano y salvo.
Como si la guerra del norte fuera poco, a su vez, una de las tribus originarias de la zona, los Mapuches, han creado su propio estado en el sur del país, conocido como Mapu. Otro punto de conflicto entre las mellizas. Guillermo Calderón plantea todo este panorama cargado de historia y de ideales, de forma tal que los tratos, gestos, tonos de voz, modismos al hablar entre los personajes, desprenden estrepitosas carcajadas del público. Pero a su vez, el peso histórico y emocional de esos diálogos y puntos de vista pueden provocar el llanto. Ambas reacciones a la vez, una no desautoriza a la otra. “Chuta”.

Una opinión acerca de Clase


Por Lara De Luca

“¿Dónde están tus compañeros?”
“Machando señor”

Ella está ahí instalada en el escenario, con sus libros, escribiendo su disertación acerca de Buda y el iluminismo, en ese ambiente es donde el espectador se coloca, en la Clase. Es entonces cuando un profesor abatido, con tono de fracaso decide dar una clase sobre la vida, mientras que la alumna a la hora de hablar idea una respuesta alusiva a ese discurso.
La situación que se plantea es la de una confrontación generacional, donde el profesor esboza su actitud rebelde ante la vida, opinión que tiene acerca del futuro y la precaria posibilidad de cambio que vislumbra hoy, junto al humor lúgubre e impío frente a todo mandato políticamente correcto de su sociedad.
Clase está inmerso en un texto social muy fuerte que evoca a las protestas estudiantiles que se llevaron a cabo en Chile en el 2006 donde 600.000 alumnos de escuelas secundarias públicas y privadas exigían mejoras en el sistema educativo. Esto dejo como consecuencia a 600 detenidos, y ninguna solución.
En cuanto a los personajes, ella, la alumna, se reconoce y se presenta a sí misma como la nueva generación decepcionada de la república. Y él, establece una relación profesor-alumno muy signado por la discriminación.
Esta creación deja sensaciones encontradas y dispares, donde el corazón del espectador late fuerte, las lagrimas fluyen y las risas estallan por comentarios tan naturales que no dan paso fácil a entrever sus verdaderos significados. Clase, fue escrita y dirigida por Guillermo Calderón, actor, director y dramaturgo, ganador del premio círculo de críticos en 2006 y el premio Altazor 2007 entre otros.

viernes, 16 de octubre de 2009

Una más sobre Hotel Splendid


Por Franco Candiloro


En Hotel Splendid, la compañía Cho-In tiene la necesidad de hablar, de usar la palabra, a diferencia de sus dos trabajos anteriores. e empieza a hablar de un tema que todavía se niega. Es la historia de estas doscientas mil mujeres que son representadas por sólo cuatro actrices. Un modo de representar a una mujer que más allá de la historia, sufre violencia. Cada mujer representa una historia distinta. Pero no dejan de ser mujeres genéricamente hablando.
Hay relatos que ponen en juego el rol de la madre; de una niña que necesita a su madre o de una señora que espera por un hijo, de tal modo que entre ellas se genera una familia. Una familia que desde el comienzo no se ve del todo unida, ni siquiera en los relatos, ya que a cada una de las actrices le toca su pequeño monologo hasta un momento en el que se declaran unidas.
También en cada relato se observa lo irreal. Lo que ellas mismas querían creer, para negar esa cruda realidad. Una mujer que cree tener un hijo, mientras carga un muñeco. Una niña que cree ver a su madre en un tren.
También el amor es relatado en un personaje de la muchacha que se enamora del hombre que la trata bien. De un hombre con quien le gusta compartir el tiempo, pero que algún día se tendrá que ir, porque es kamikaze y su destino está marcado de antemano.
El texto que para algunos es morboso y para otros, violento, demuestra la cruda realidad que históricamente se ha querido negar. Es por esta razón que las mujeres sobrevivientes de esta historia, todavía marchan y manifiestan para enfrentar a la gente con esta realidad que todavía se desconoce. Sin embargo, ni siquiera las propias víctimas, que fueron invitadas a ver la obra, aceptan lo ocurrido, según nos comentaba el director. Tal vez nos suene fuerte, hasta fuera de lugar. Pero fue lo sucedido, una realidad. Tratar de hablar de lo innombrable. Tratar de hablar de lo que todos callan. Esa es la propuesta del teatro.

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